Cogimos un hotel con parada de metro en la puerta. Lo cómodo no era estar en el mismo centro por el coche y en metro solo tardábamos 10 minutos en llegar a la plaza de Rossio. Nuestro hotel era el Residencial Lar do Areeiro
Nada más subir de la estación del metro a la plaza de Rossio nos dirigimos directamente a la plaza del Comercio dejando a nuestra derecha el elevador de Santa Justa que usaríamos otro día.
Calles peatonales, montones de pastelerías que exponían deliciosos pasteles de Belem...
Y al fin la Plaza del Comercio, la más monumental de Lisboa.
Cogimos toda la información necesaria para planear todos los días que íbamos a estar aquí y para decidir que queríamos visitar (de nuevo) y que queríamos ver por primera vez.
De la plaza del Comercio salimos para la Catedral
Una catedral superviviente, se podría decir, ya que ha sobrevivido a varios terremotos. De ahí que tenga diferentes estilos arquitectónicos.
Cuando Lisboa estaba dominada por los musulmanes la catedral y sus alrededores era donde se permitía vivir a los cristianos.
Desde la Catedral te metes de lleno en el barrio de la Alfama
Me apasionan estos barrios antiguos de las diferentes ciudades de Europa donde se mantiene la arquitectura mezclada con la urbe haciendo de la decadencia un arte.
llegamos a un mirador con vistas espectaculares
decidimos no visitar el Castillo de San Jorge. No nos pareció gran cosa hacía 18 años y nos conformábamos con verlo por fuera mientras paseábamos por la Alfama.....había que aprovechar bien el tiempo y queríamos hacer muchas cosas..
No teníamos ganas de tomar nada y muchas ganas de pasear, pero las terrazas que hay en los miradores ofrecen unas vistas difíciles de obviar.
Volvimos a la Baixa...teníamos que probar la típica croqueta de bacalao con relleno de queso (esto último no se si es muy típico, pero está de muerte) con un vinito de Oporto.
Con las fuerzas recuperadas salimos a visitar el otro lado de la calle peatonal. La Plaza del Rossio
Maravillosa la fachada de la Estacio do Rossio.
Paseamos por el barrio de Restauradores
Y así concluimos el primer día en Lisboa, con muy buen sabor de boca y quitándonos desde el principio una espinita que duraba 18 años.
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